Después de un año, el país se animó, sin audacia, a la experiencia de cerrar y volver a abrir actividades por un corto lapso. Stop and go. Lo que se suponía que se debió haber hecho y no se hizo, para estirar todo hasta la inviabilidad. No hablamos de cuarentena. Pero volvimos entre corchetes. Expresión palpable de tragedia insuperada. De errores, de limitaciones, de caprichos, de buenas intenciones, de malas prácticas, de miserias. Algunos la pasamos con la angustia de haber ingresado en esa indescifrable lotería vital (o mortal) que acaba de incluir nuestro DNI entre los números de apestados por sortear.
De afuera llegaban los ecos de discusiones circulares. Sobre vacunas, escuelas cerradas y economía en terapia. Otra vez. Como cuando la peste entra en el cuerpo y descubrimos que las incógnitas siguen siendo casi iguales que hace un año, aunque la ciencia avanzó como nunca. En el final de nueve días de encierro, la dirigencia política, que se anima a esgrimir certezas sin evidencias, llegó a dudar si hacer o no la Copa América. Lo dijo Albert Camus, el autor de La Peste: “Cualquier hombre, a la vuelta de cualquier esquina, puede experimentar la sensación del absurdo, porque todo es absurdo”. A veces, mucho más
Tomado de LA NACION